27.12.12




Al acto de poner en duda la razón como forma de vida, no se le responde poniendo en duda la fe, puesto que es un acto de fe vivir pensando que la razón es el modo más digno de vivir. 

17.11.12

Nota XXIV (Juan Gelman)

a ella

a la derrota o ley severa mi
alma sabió perder respeto/te amo/
cruza mi alma la agua fría donde
flotan los rostros de los compañeros

como envolvidos de tu piel la suave
o lámpara subida delicada
para que duerman delicadamente
subidamente en vos/llama que nombra

a cada sobra por su nido/dicha
o soledad de fuego para amor
donde descansen bellos mis muertitos

que siempre amaron rostros como vos
donde tu rostro avanza como vos
contra la pena de haber sido/ser


I

Tu rechazo, como Frida, a la compasión.
Mi rechazo al frío.
Piscis.
Tu desagrado por el sol.
Martes: mi irreconciliación con el mundo.
Tu pasión por la noche.



II

Hay, en serio, un pulso imparable de apertura de noche.
A mí me da un hambre racional de deconstruir el lenguaje. Desarmarlo en 16 partes
y ordenarlo en forma de atmósfera que envuelva el polen de una margarita en un campo de orquídeas.
Yo de texto, tú sentido. Tu enjuagas el sentido y te lo pones. Tranquila mente.
Yo aborrezco salar el entorno con la sal de tu producción,
por eso no espero nunca que me sientas.



III

Aquí se intenta tirar de la palabra
del enunciado
del párrafo
del cuento
a rastras colocarlos entre la grotesquería y la inteligencia
para que las palabras no remitan a uno
para que no se acuerden de mí ni de ti ni de nadie.

                                   

31.10.12


El modo en que Eitán e Isabella llevaban su amistad rayaba en la ensoñación. Desde cierto punto de vista podía ser casi terrorífico, o al menos inquietante. Tal vez poético. Los veo de espaldas con sus cabellos rubios, caminando cuesta abajo una tarde soleada de mayo, deteniéndose en una pequeña lila para examinarla brevemente y después continuar entre calles tibias e indiferentes. La despreocupada ciudad de principios de los ochenta, una ciudad inmersa en sí misma.

Sucede que al hombre se le escabulle el patetismo implícito en cada uno de sus actos, es decir, casi nunca es consciente de la inocencia natural que supone su desenvolvimiento cotidiano. Para el hombre, el hombre mismo es grande; vive en el hombre y, por lo tanto, para el hombre. Se impone una trama vital que se le va de las manos y que termina reduciendo su humanidad a mero artificio. El ser humano crea sus propios problemas, pero éstos no le sirven para desarrollar de lleno en lleno sus capacidades. En un punto de la historia, de la puesta en escena, esos problemas, esos pequeños estorbos, se vuelven monstruos inmensos que lo atrapan. Y así se emprende el vuelo de la vida, y para no sentirnos tan desolados compartimos nuestras propias miserias, nuestro propio veneno. Malicia, vanalidad, insignificancia, frustración: "Cosas que tengo que repartir. Es demasiado para mí solo".

De alguna manera, en la ciudad de aquellos tiempos ya se estaba prefigurando lo que habría de estallar después. Juárez era entonces la antesala de la cólera y el furor, de la excitación y el sinsentido. Isabella y Eitán pronto fueron aceptados como parte del paisaje (es decir, ellos formaban parte de algo: de una colectividad que si bien los veía con recelo y una mezcla de curiosidad y menosprecio, al menos los toleraba), pero en el hombre natural se fortalece el tópico, se cumplen las reglas de un destino: cuando algunos vecinos no podían hacer nada consigo mismos, cuando se aburrían y querían huir de sí mismos, volvían otra vez a ellos, a ese par de niños lejanos que fueron siempre como una pequeña piedra en el zapato a la que uno se acostumbra pero que de vez en cuando causa una leve incomodidad. En ese momento quedaba anulada toda tibieza y toda indiferencia. La gente siempre terminaba prestándoles atención.

En 1985 Isabella contaba doce años. Una sola vez se dirigió a mí. Yo había entrado a casa de Eitán a instancias de su madre, una hermosa mujer judía de facciones muy nobles que solía ocuparse, junto a sus suegros, de un bazar de antiguedades en la calle Montemayor. Me pidió que esperara en la sala. Estando ahí, lo primero que vi fue una televisión que exhibía una imagen en blanco y negro; a un lado, resaltada por la luz de una lámpara antigua y un poco ajada, había una mesita negra con fotografías familiares; al fondo, algo más oscuro, un pequeño y solitario librero, también negro. A mi derecha, parte de la pared tenía un tapiz color crema con ornatos dorados o cafés. Los sillones: amplios. Ahí estaba ella, mirándome con el azul de sus ojos. Tenía una pelota de béisbol entre las manos. Titubeando un poco en la pronunciación del nombre japonés, me dijo: Es una película de Kenji Mizoguchi.

Pero yo no dije nada. No supe, y aunque lo supiera no hubiera podido.

Su único amigo bajó las escaleras, traía el guante y el bat. Un poco tímido me saludó, y luego se fueron.

Ciertos días soleados y especiales, a través del aroma que despiden las lilas, o de esa atmósfera que aún prevalece en algunas viejas casas de nuestros mayores -los olores dominicales en sus cocinas, por ejemplo-, vuelve a mí esta vaga sensación de no haber concluido nada en su momento. Algo no se cerró, y de hecho nadie lo hizo. Todos partimos sin herirnos, o hiriéndonos sin querer, pero nadie ejerció la voluntad de poner las cartas boca arriba. Por eso es que aquellos niños fueron todo el tiempo lejanos, no llegaban a complicarle la vida a las familias que ahí convivían, pero tampoco fueron un signo, entre otros, que les ayudara a completar un sentido. Un sentido de las cosas, un mapa en el cual justificarse. ¿Y por qué ellos u otros cualesquiera iban a ostentar semejante responsabilidad, una responsabilidad que es personal en cada hombre? ¿Bajo qué enfermedad actuamos cuando, desvalidos en la inmensidad del mundo, le endosamos al prójimo el compromiso de darnos un sentido, una clave para volver a recuperar nuestra vida? También aquellos tiempos fueron de ansiedades y miedos y odios, sólo que la gente no tenía plena consciencia de lo que podía lograr si lo exteriorizaba al nivel que se hace hoy. Ahora somos más libres que antes, pero no sabemos qué hacer con esa libertad.

Por lo demás, atrás quedaron, derogadas, las promesas que ambos se hicieron. En el 96 supe, sin yo buscarlo, que a Eitán se lo podía encontrar en no sé qué dirección atendiendo un negocio familiar de partes para carros. Entiendo que estaba bien y no estaba casado. La misma persona que me habló de esto, también me enteró que Isabella no estaba aquí, sino en Toronto, creo. Casada. Licenciatura en Medicina. Fue todo. Nada importante. Quizás también ellos dejaron ciclos incompletos o puertas sin cerrar, y no demostraron ni odio ni compasión; tal vez también ocuparon su sagrado tiempo en cosas insignificantes y, detenidos por la tristeza o asaltados por la desidia, vieron pasar los días como nubes que se van y no regresan. Pero la vida es. Ella no se detiene.

6.7.12

El espíritu y la luz con que una madre carga a su pequeño son únicos
No hay en el mundo otra especie que los tenga
Yo he visto a dos metros de mí el decaimiento del semblante de una madre
 justo en el momento de su persistencia
Y he visto cómo el bebé sólo vive
Se agarra de la vida con una manita
colgado de la luna en cuarto creciente
Esboza el instinto en un bostezo.

La madre está, y el niño es
Pero hay madres que también son
Y hay niños que también serán.

En ese entonces el mundo siempre cobrará un sentido.

Veinte años sin Piazzolla

Comencé a escuchar a Piazzolla hace nueve años. Cuando llegué a Chihuahua, con la nostálgica expectación del que llega solo a una ciudad y una escuela nuevas, su obra era todo lo que mi corazón quería si de música se trataba. Llegaba de la universidad y mientras cocinaba podía escuchar Verano porteño o Milonga del ángel. Después, todo lo que hacía era estar solo, es decir, hacía lo que es normal en un estudiante: leer, hacer las tareas, ver televisión, pero la soledad siempre estaba ahí, conmigo, o detrás de mí,. Permaneciendo. Era un musgo la soledad.

No me recuerdo triste. Ese periodo fue lo suficientemente rico en sentimientos y experimentos intelectuales para poder decir que fue el que más definió favorablemente mi modo de ver la vida y de relacionarme con el Mundo. Leía a Nietzsche y escuchaba a Piazzolla; jugaba futbol (a veces solo, si es que eso es posible) y pasaba horas revolviendo mapas y revistas en la Librería Kosmos.

Se que una tarde de lluvia estuve sentado al pie de la puerta de una habitación que daba a un jardincito con rosales, sé que escuchaba Fuga y misterio, y días después habría de comprender que esa música era la sangre en el sistema circulatorio de mi alma, y llenaba las venas como el agua llena las hendiduras de un terreno. Un terreno como aquel jardín, por ejemplo.

¿Es tango Piazzolla? Si para que su música pudiera ofrendarse en toda su plenitud a los sentidos y al alma, tuviéramos que quitarle la etiqueta de Tango, más de uno se la quitaríamos. Eso no importa. Pero tomemos en cuenta que no todo el que habla de Piazzolla ha comprendido qué fue su música, ni todo el que lo rechaza conoce las ánimas del tango. El verdadero Piazzolla se encuentra sólo en la música que dejó.





Astor Piazzolla
(marzo de 1921 - julio de 1992)

30.5.12




Hay días que tengo ganas de segar
entonces el hombre ya se sabe se escuda en el hacer
hacer escritura, hacerle un corte oblicuo a un retazo rectangular de tela
hacerse un corte en las venas, un bol de avena por la mañana
un mañana la víspera del día anterior, vivir,
paliar la soledad pagar los recibos
                                                                                           pagar vivir

A ver, ¿qué quiere el hombre, ese animal triste por derecho propio?
por qué esa tristeza de levantarse a las siete cuarenta y cinco de la mañana y de la noche
a escribir para paliar otro día la necesidad de no sentirse triste por la noche
por la mañana
por amor o por pecado
por favor por amor por humildad pienso
volveremos a levantarnos
por las mañanas
y diremos: hoy es el día en que voy a abonar un pequeñísimo grano de arena a la causa presuntamente perdida
de comenzar a hacerle un corte oblicuo a esa horrible tela de la tristeza


a esa horrible tela de la tristeza

15.5.12


Discontent is the first step in the progress of a man or a nation
Oscar Wilde.



Creo que el mejor apoyo que se le puede dar a la democracia, a la diversidad de ideas, a la libertad de opinión, en un país como este, donde los periodistas y los activistas son torturados y asesinados por hacer su trabajo y defender sus derechos, es asumir una postura crítica y, a la par, una postura prudente. No se trata de sembrar discordias, ni se trata de estériles apasionamientos. México está ahora despertando lentamente, está cobrando consciencia, de modo incipiente, de la mediocre educación y la imposición de ideas que le fue impuesta hábilmente durante mucho tiempo, no sólo por los gobiernos, sino por los grandes poderes mediáticos, en alianza con esos gobiernos. No obstante, se ha ido haciendo evidente, cada vez más (como algo que ya se está comenzado a desbordar), que esto es más que suficiente para incomodar a esos injustos educadores del pueblo, los cuales apenas ven un atisbo de crítica verdaderamente inteligente comienzan a sentir comezón y reaccionan con furia, tratando inmediatamente de refrenar la libertad de expresión con tal de mantener sus intereses, empujando exactamente al lado contrario. No, señor Azcárraga, ya no estamos en la década de los setenta, ya pasó el sexenio de López Portillo; aunque lo quisiera, usted no tiene el poder ni la autoridad para vetar a una juventud que comienza a despertar, a separarse, ni a un país que ya está harto de tanta peste de mediocridad. Sepa que la riqueza de una nación se encuentra en la diversidad cultural, en la pluralidad, en la variedad de ideas, no en los monopolios ni en la uniformidad, ni en la imposición.

Estoy escribiendo muy rápido esta breve entrada, desde mi lugar de trabajo, horas después de haberme enterado del desplegado que publicó en distintos diarios esta mañana Alejandro Puente Córdoba. Me causa mucha indignación que se ataque a una persona por el hecho de hacer preguntas de cuyas respuestas todos tenemos derecho a enterarnos como ciudadanos que somos, en tiempo de campañas electorales. Lo menos que puede hacer un ciudadano inconforme con su situación es expresar lo que piensa y defender la libertad, escuchar las distintas opiniones, formar una opinión coherente de los candidatos y ejercer el derecho al voto, para que no se vuelva a encumbrar  otros seis años más la ignorancia y la iniquidad. Desde aquí expreso toda mi admiración y mis respeto a Carmen Aristegui.

7.5.12

El cariño hacia alguien, debe ser expresado de tal modo que la persona, objeto de ese cariño, no piense que hay un interés velado en esa expresión.[1]

Así como hay un arte de insultar, así también hay un arte de amar, pero notemos que mientras el insulto consiste en su enunciación, el amor puede subsistir -quizá por un breve periodo- como un gran tubérculo subterráneo, como un corazón palpitando debajo de una tierra negra, misterioso y escondido de la persona amada, así que la manifestación de ese amor debiera ser cuidada, así como se pone cuidado en la cosecha y no sólo en el cultivo.


[1] En todo caso debería intuir un interés totalmente abierto.

6.4.12



Una provincia por ti amada, es la infancia.
¿Te acuerdas aún
de aquellas fiestas con guirnaldas de máscaras
en penumbrosos parques,
en marismas con barcos,
de un tren lento entre luz azul y fronteras,
de un libro (otoño con cazadores),
de una noche en un valle de miedo,
de un volverte a mirar la ciudad
que en un sueño soñabas?
Nadie te puede arrebatar todo eso.
Nada terminó todavía.
De aquella provincia, jamás
podrá expulsarte ningún ángel.

Músicalización: Gabriel Sopeña.
Voz: José María Sanz (Loquillo).
Poema: Una provincia.
Autor: Juan Manuel Bonet.
Propio de la primavera es la llegada de la felicidad, las noches huelen a lila, a miel, a losa tibia de acera donde se sientan los novios para apoyarse el uno en el otro. A cierta hora de la noche, cuando los niños, después de haber jugado todo el santo día en la calle, están cenando ya junto a sus padres, los ladridos lejanos de unos perros hacen patente toda mi soledad. Es entonces cuando aparece el espacio vacío que ocupaste cuatro o cinco veces, quiero decir, me hago consciente de que ya no estás aquí, de que aquí estuviste tú, de que caminabas la casa, la cocina; y con los ojos cerrados te sentía moverte en el colchón, a veces de lado, a veces me regalabas tu espalda, el bronce de tu piel de egipcia. Después abría los ojos y te encontraba sonriendo, como si estuvieras sola, con películas muy simples: cooperabas, con la luz del sol, a iluminar el cuarto. Podías ir a la modesta cocina por jugo, regresar a la cama y volver a lo tuyo, y eras feliz porque te alejabas de todo, y el mundo de mi casa, donde te movías con estudiada soltura, era un mundo aparte, es decir, un mundo que te bastaba y que podía girar perfectamente sin tener en cuenta lo exterior, el mundo de afuera. De eso me daba cuenta porque, llegada la hora de irnos, tu cara ya era distinta, recobraba la inocencia, tal vez un suave miedo inconsciente o ya muy bien asimilado, de salir a la dureza de la ciudad, a lo abierto del mundo, porque si algo tenemos en común tú y yo es que esta ciudad no es nuestra, nos seguimos moviendo en ella como extranjeros. Yo, por ejemplo, aun estando sumergido en ello, he identificado, desde hace mucho tiempo, que la manera en que procede mi vecino ante determinada situación, sea un problema de carácter moral o un asunto que requiera una toma de posición, es una de las que se encuentran dentro de los límites del ethos de la ciudad. Y es precisamente esto lo que vulnera mi sentido de pertenencia: suelo tener presente, casi todo el tiempo, que mi "proceder", una "acción" mía en una determinada situación, se puede comparar a la de todos mis vecinos, es decir, se inscribe dentro de lo que es aceptable, surge de un código común del que no se hace alarde, principalmente porque no se lo ha reconocido en todo su esplendor. El menosprecio de los extranjeros en esta ciudad no tiene que ver con sus tradiciones (la tradición es algo que se "trae", algo que uno heredó y que lleva consigo adonde quiera que uno vaya), con el concepto de sus ropas o la manera de preparar sus alimentos, tiene que ver, más bien, con el código bajo el cual procede en situaciones en las que se requiere la intervención de su voluntad. No importa, al final del día, cómo el fuereño prepara la sopa o las lentejas, si usa el pantalón encima del ombligo o acostumbra a andar con el torso desnudo en el garaje de su casa, lo que realmente importa es que no transgreda el límite de lo aceptable, de lo plausible, el protocolo del acto razonable.

No sé si tengas consciencia de que tú y yo somos ahora un par de inocentes en la ciudad. Muchas veces nos tomamos de la mano para cruzar la calle, como dos pequeños hermanos, niño y niña. Niña tú, niño yo, desaparecíamos entre los semáforos y los muros opacos de unos descascarados edificios, muy contentos, como en secreto, de haber estado en un luminoso mundo de aromas, de sexo, de sabores.

31.3.12


Y bueno, para dejar (tan sólo) un instante a un lado el egoísmo implícito que hay en el acto de publicar lo que uno escribe (bien o mal, eso no es determinante), voy a dejar dos enlaces para alimentar el alma, porque también eso alimento yo, no sólo el cuerpo. El primero es de la Biblioteca Upasika. Yo y mis problemas existenciales: di con esta página porque andaba yo interesado en la naturaleza del pecado, en el deísmo, en saber si es una necesidad del hombre el filtrar la relación con dios a través de ciertas pautas, ritos o costumbres de carácter religioso, en la historia del cristianismo y, sobre todo, en la necesidad del hombre de relacionarse con "lo trascendente", lo cual me llevó a Mircea Eliade, historiador de las religiones del que había escuchado hablar muy bien en la época en que estuve en Chihuahua. Pues resulta, como habrán advertido los lectores y los estudiantes juarenses, que en esta puta ciudad, una de las más violentas del mundo, escasean los libros de historia y  de filosofía (pero abundan los de Crepúsculo y los de Carlos Cuauhtémoc Sánchez), y entonces me vi obligado a buscar en Internet: en esta biblioteca virtual hay libros para quienes estén interesados en la Sabiduría Antigua o en la Filosofía; hay, por ejemplo, textos de Anaximandro, o se puede descargar la Vida de los filósofos más ilustres, de Diógenes Laercio. También se pueden descargar obras de Erich Fromm, o Agustín de Hipona, etc. Y yo estoy feliz porque estoy leyendo Lo profano y lo sagrado, de Mircea Eliade, obra que estoy estudiando con mucho gusto e interés, así que comparto la dirección porque creo que alguno podrá sacar algo bueno de ahí.

http://upasika.com/index.html

Y el otro enlace es el de Territorios del Arte Contemporáneo, es un podcast que condujo Jorge Juanes  -excelente filósofo y crítico de arte- en Radio Educación antes de publicar el libro, del mismo nombre, el cual no he tenido la fortuna y el gusto de leer, pero que se antoja exquisito. El podcast gira en torno, como su nombre lo indica, al Arte Contemporáneo (propiamente en el campo de la pintura), pero se da una breve introducción histórica, muy inteligente y bien fundamentada, de lo que fueron sus orígenes, desde el Arte Cristiano, pasando por el Renacimiento, el Barroco, etc., y se habla de los pintores más importantes, Rubens, Van Gogh, El Giotto, da Vinci, entre otros muchos más.

Y eso es todo, lo comparto porque pienso que debemos aprovechar al máximo las herramientas que nos ofrece Internet, y porque igual a alguien le interesa.

http://territorios.podomatic.com/

Los programas se pueden descargar para reproducirlos en un mp3, por ejemplo, un celular, etc., pero si los reproducen en la computadora con el Windows Media, se escuchan entrecortados, ignoro la razón; pero pueden reproducirlos sin problema con el iTunes, o quizás con otro.


20.3.12

kilometrando

"... a pesar de su trascendencia existencial la reflexión plasmada en papel no sustituye la valía de la vivencia".
Jorge Ordóñez Burgos.







Esta música, minimalista y elegante, misterioso carrusel, mate forrado en oscuro carpincho con bombilla de plata, es la que estaba -en forma de maldición, diría Melingo- en el momento que entraba yo al ruedo. Salgo de mi refugio, echao pa'lante, con el cuerpo decidido y el caminar sobrio (sin embargo). ¡Es que es la cabeza la de la sobriedad!: ya ha captado otras veces el susurro irónico y caliente de la rancia maquinaria del cuerpo, que le elabora preguntas y frases después de cada exhalación de cansancio: "para qué correr, por qué", "el ejercicio como allanamiento del cuerpo, sería interesante hacer un ensayo con ese título", "sería mejor dejarse llevar, beber el día que a uno se le antoje beber, y quedarse acostado cuando uno desee quedarse acostado". Patanjali dijo que las asanas no deben ser dolorosas. Necesito una escuela de yoga (¿necesito ir a una, o quiero ir a una?). Necesito un carro. Necesito dinero para comprar el carro. Toma aire para inflar sus pulmones, exhala lentamente por la boca (o, más bien, lo más lento que puede), es un toro en el ruedo asistiendo a la primera señal de agotamiento antes de que lo encare, como un tren, su sangrienta realidad, por eso tiene todavía las piernas fuertes y el trote firme. La brisa en contra le trae el perfume de una sonriente adolescente que pasa patinando junto a él,[1] pero él sólo se concentra manteniendo la vista en el asfalto. Semanas atrás había comenzado a alimentar una peculiar concepción acerca de las carreras, un artificio, invención propia que supone abiertamente el disparate de un trabajo en equipo entre la vía y el corredor. Si todo cuerpo ocupa un lugar en el espacio, entonces yo soy yo y mi espacio. Disculpe usted, Ortega y Gasset. A efectos de retrasar el cansancio, digamos, dilatarlo, distribuirlo, porque esto, como todo, es un asunto de proporciones, el método y la pericia del corredor han de consistir en visualizar que es uno el que se adapta y el camino el que procede. Sí, señor, preocupadísimo y esforzado deportista, atleta en la Competencia de las Vicisitudes de la Vida: no será usted el que avance, pero sí el que responda con entereza al proceder de la vía, a su movimiento, cuya velocidad, por otra parte, no tendría por qué poner en jaque su capacidad de respuesta mediante una treta que implique un repentino y vulgar cambio de ritmo, ya que se desarrollará, siempre, según sus necesidades, tomando en cuenta, por ejemplo, la resistencia del viento o la escasez de aire en sus pulmones, si se le escapa el aliento, si tiene el llamado dolor de caballo, etc. Es un trabajo en equipo, un asunto de intimidad entre usted y la vía. Si alguna vez ha usado usted uno de esos aparatos de ejercicio que en el norte llamamos, sin ningún pudor ni decoro, caminadora, habrá consentido ya el ardid de la mecánica: usted suda, jadea y termina extenuado del mismo modo que si hubiese corrido, aunque no se puede decir propiamente que haya corrido, en el sentido literal del vocablo, de desplazamiento.

Un acto de inversión, de traslado, de imaginación, bastará para comenzar a considerar que la pista deportiva es la banda movible de la caminadora, con la consiguiente ventaja de poder percibir, resueltamente y sin desconfianzas, los divinos tés de la naturaleza que emanan de esos extraordinarios sobrevivientes de la ciudad, que son los árboles, como los eucaliptos, los chamizos y los huizaches.

La mente es flexible, hasta cierto punto; es al cuerpo lo que el tiempo es al marco de referencia en el mundo de Einstein. ¡Ay, de aquel glorioso tiempo en que el cuerpo estaba a la altura del pensamiento!, cuando gozaba de autoridad para la educación del alma, y por medio de la Virtud Madre, que es la justicia, ambas dimensiones reinaban con autoridad, sin resquemores ni culpabilidades. Balbucéanos, sobajado y monstruoso Eros, ¿cuál era el pecado del cuerpo, entonces? Porque la filosofía, con sus puntuales y escrupulosos refrenos, y ese caldo, aún caliente y comible, que es la tradición judeocristiana, con su delimitado, sublime y bien trazado sistema de valores, han reducido el cuerpo a una madeja de operaciones inferiores, peligroso instrumento para tallar el diamante del alma. Toda actividad humana que destaque el cuerpo, es deplorable o digna de encomio, pero siempre inferior a la que se vale del alma. ¿Y acaso no es el cuerpo lo suficientemente denso, cómo decirlo, humano, grande, para cultivarla y beneficiarla? ¿Y sobre qué dualidad humana estamos divagando? ¿No es el hombre un todo? Y he visto -la historia de la humanidad está llena de eso- que el sometimiento del cuerpo da para ganar algo de satisfacción, y dicen "el cuerpo es algo que se tiene que dominar", cuando deberían decir que se tiene que educar, y he escuchado, asimismo, la voz aleccionadora del joven, muy ancho y seguro de poseer un tesoro superior, que aconseja "devorar" libros, pero digo yo que se pueden atragantar si hacen esto, que lo decisivo no es devorar, sino rumiar...

Sí, lo acepto: puede ser un ocioso y estúpido enfoque de términos...

Entre este ramaje de cuestiones y tanteos, había recorrido otro kilómetro. Ya pardeaba, y el camino, es verdad, comenzaba a moverse...


[1] Sonriente adolescente, qué paradoja de palabras.

1.3.12

Dales vuelta,
cógelas del rabo (chillen, putas),
azótalas,
dales azucar en la boca, a las rejegas,
ínflalas, globos, pínchalas,
sórbeles sangre y tuétanos,
sécalas,
cápalas,
písalas, gallo galante,
tuérceles el gaznate, cocinero,
desplúmalas,
destrípalas, toro,
buey, arrástralas,
hazlas, poeta,
haz que se traguen todas sus palabras.

Octavio Paz, Las palabras.


Tres citas que rondan lo mismo

"Todos, en cierta medida, hacemos la farsa, la traducción, la falsificación de lo que llevamos dentro, al tratar de comunicarlo. Los procedimientos pueden variar, eso es todo".

Alfonso Reyes, El testimonio de Juan Peña.




"... pero quien piensa en palabras, piensa como orador y no como pensador (deja ver que, en el fondo, no
piensa cosas, que probablemente se piensa a sí y a sus oyentes)".

Friedrich Nietzsche, La genealogía de la moral.



"Cuántas veces me pregunto si esto no es más que escritura, en un tiempo en que corremos al engaño entre ecuaciones infalibles y máquinas de conformismo. Pero preguntarse si sabremos encontrar el otro lado de la costumbre o si más vale dejarse llevar por su alegre cibernética, ¿no será otra vez literatura? Rebelión, conformismo, angustia, alimentos terrestres, todas las dicotomías: el Ying y el Yang, la contemplación o la Tatigkeit, avena arrollada o perdices faisandées, Lascaux o Mathieu, qué hamaca de palabras, qué dialéctica de bolsillo con tormentas en piyama y cataclismos de living room. El solo hecho de interrogarse sobre la posible elección vicia y enturbia lo elegible. Que sí, que no, que en ésta está... Parecería que una elección no puede ser dialéctica, que su planteo la empobrece, es decir la falsea, es decir la transforma en otra cosa".

Julio Cortázar, Rayuela.

9.2.12





"Sé que mi misión es hacer buenos discos. Mi misión la tengo que fundamentar con mi propia existencia".

Luis Alberto Spinetta
(1950 - 2012)

19.1.12

Yo no sé mentir sobre mí mismo, sobre el precio de mis mercancías, como lo saben hacer todos. Los hombres mienten hasta para repetir una conversación que acaban de sostener. Yo, ni entonces. Cuando se discute, cedo siempre, porque no me disgusta dejar complacidos a los demás. Le doy importancia a lo que escribo, no a lo que hablo. Además, fácilmente se me convence (en esto no hay nadie, nadie que se me parezca) de que me he equivocado. Cuando me censuran, me informo de las censuras con cierto interés científico y puro.

Alguna vez, a mis pasiones se mezcló la pereza, en su aspecto de voluptuosidad. Y entonces mis pasiones me dominaron.

Sin mi timidez, yo sería el más libre de los hombres, y no hubiera dado sitio preferente en mi vida a tal o cual semiaudacia pasajera.

De un momento a otro, el mundo me parece totalmente distinto. Un gesto, una palabra de mi interlocutor me hacen plenamente desgraciado o feliz. Y, con conocerme esta condición, soy tan perezoso que no sé cambiar de sitio cuando estoy melancólico, que sería el remedio seguro. (Nunca lo he probado.)

Alfonso Reyes, La casa del grillo.